
Antes se les llamaba palizas, sobas, cansos, pelmazos y había uno por cada 10.000 personas, vamos a suponer, como una enfermedad no tan rara. Y en algún momento tenías que aguantarlo porque te tocaba. Porque te había elegido a ti o porque estabas con el gafe subido ese día o porque era de la cuadrilla.
Se te pegaba en un evento social, te arrinconaba en el asiento del autobús a la universidad, o se te juntaba en una salida al campo y te arruinaba la mañana. Siempre tenía tema de conversación o anécdotas infumables,archiconocidas y repetidas hasta la saciedad. Sabía más de todo que nadie y lanzaba opiniones a diestro y siniestro sobre temas de actualidad o sobre la convivencia de las diferentes especies de moluscos marinos en el Pleistoceno: cuando hablaba subía el pan y sentaba cátedra.
A veces te cogía de la manga para que no te escaparas y a veces arrinconaba a varios para arruinaros el fin de fiesta; y en grupo no se hacía más ameno porque este tipo de terrorista monopolizaba la conversación con sus bobadas, y por cortesía o por no herir sus sentimientos, nadie le decía a la cara lo coñazo que resultaban sus papanatadas y sus pocas habilidades sociales. Ritmo lento y plano, historias huecas que no acababan nunca y ningún tipo de sorpresa en su narración abusiva y cargante; ese era el sello mortífero con el que te sorbía el alma, te aplatanaba la sesera y te quitaba poco a poco las ganas de vivir.
Te tocaba, lo sufrías un rato, escapabas en cuanto se despistaba y luego lo usabas para descargar tu frustración burlándote de él a sus espaldas con tus amigos de verdad. O te reías viendo quién era la siguiente victima de este chupa-tuétanos, posiblemente una que tú mismo le acababas de presentar para quitártelo de encima. Cobarde.
Al sobas normalmente no se le llamaba para salir ni se le convocaba, pero siempre aparecía. Y como era tan persistente como un desodorante de los chinos, al final se le aceptaba como uno más en la familia porque su daño era limitado: un rato malo en algún sitio desafortunado. ¡Se le cogía hasta cariño, pobre hombre! También porque de alguna maneras todos llevamos uno dentro, que sale a flote con determinadas personas o tras determinados consumos.
Sin embargo hoy están de moda y es difícil evitarlos. Trabajan a destajo 24/7. De hecho han conseguido que todos tratemos de imitarlos. Son Instagramers, Youtubers, Twitteros; influencers que empezaron a hacer publicidad engañosa de sí mismos, sus opiniones de mierda y sus anodinas vidas, hasta que consiguieron que las marcas les pagaran por hacer publicidad masiva para ellos. Y llegó el algoritmo y los bendijo. Y ya no me dan pena si no lo otro.
Y yo me niego a usar esos canales porque ya son sólo suyos. Y la única manera de evitar a esta plaga molesta de pelmas profesionales es dejar que babeen y se anulen entre ellos ahogándose en la ciénaga de su propio vómito. Y os invito a marcharos de su fiesta perpetua de insultos y mentiras para doblegar su poder. Al fin y al cabo su influencia se limita solo al mundo on-line, así que mientras estén conectados a sus dispositivos, las calles están libres para nosotras. ¡Disfrutemolas! Y si la vida te coloca enfrente de un palizas de los de antes, sonríele con nostalgia. Pero aguantalo solo hasta que empiece a hablar de lo último que ha visto en las redes sociales. Porque los zombies están ya por todas partes aquí fuera. ¡Trata de no convertirte en uno!
¡Date un TINTE DE VERANO! No anula a los pelmas, pero los despistará tu nuevo look.
El día 1 de junio acaba la promoción de descuento; ¡no lo pienses tanto y confía en tu instinto! No es necesaria experiencia previa.
Aportación: 250 euros (hasta el 1 de junio); 300 euros después.
Que se entere el mundo entero